Es tener la certeza de que cuando abrimos un chorro de agua, sale agua y también tener la seguridad de que esa agua sea potable; y que no sea “potable” gracias a la cantidad excesiva de químicos añadidos para matar los bichos que en ella puedan coexistir -que al final también terminan matándonos a nosotros-. Es algo que va más allá, implica además que cuando estemos convencidos de tomarnos esa agua porque creemos que es segura, nuestras descargas de aguas servidas sean tratadas de acuerdo a la normativa internacional para no terminar contaminando el agua contenida en el vaso, que ya creímos que era segura. ¿Podemos decir que somos un país modelo en sanidad ambiental si sólo poseemos los gusanos o tuberías sembrados dentro la tierra para su distribución? La verdad es que no lo podemos decir. Eso es sólo un paso importante hacia el saneamiento, pero existen otros pasos que implican el tratamiento de las aguas servidas y la confiabilidad del suministro y del tratamiento que deben coronar el éxito al desempeño nacional una vez que se ejecuten. No se trata de descargar aguas servidas contaminadas a ríos, mares o suelos, se trata de conservar los cuerpos de agua aún después de servirnos de ellos.
Un paneo rápido por los impactos que pudiera ocasionar la contaminación de aguas en una población nos lleva a considerar el tema como estratégico para el país, y aunque a muchos les dé urticaria el tema global, también hay que decir que ese paneo nos lleva de forma expresa a considerarlo como estratégico a nivel mundial. Es todo un desafío y un reto para Venezuela, uno de los países poseedores de fuentes de agua importantes en el mundo, tener sistemas de saneamiento de aguas servidas eficaces. Hay que tomar en cuenta que la calidad importa más que la cantidad e importa tanto o más que la llegada del agua.
En el mundo mueren 1.8 millones de personas al año, en su mayoría niños y niñas menores de cinco años por enfermedades diarreicas, una muerte cada 20 segundos (Unicef). Más de la mitad de las camas de hospitales están ocupadas por personas con enfermedades de transmisión hídrica provocadas por aguas contaminadas, y por cierto son enfermedades con una alta velocidad de propagación.
En Venezuela, se ha reportado que en los últimos años las diarreas han representado la novena causa de muerte en la población general y la segunda causa de mortalidad en menores de 4 años, siendo que las cifras de diarrea en el 2010 superaron a las del 2009, 2008, 2007 y 2006 (Red de Sociedades Científicas Médicas de Venezuela, Sept. 2010).
Según el Boletín de la semana epidemiológica 24 del 2010, emitido por la Dirección de Vigilancia Epidemiológica, la diarrea es la tercera enfermedad en el país con 44.226 casos (16.39%), ocurriendo que los casos acumulados entre 2009 y 2010 siempre fueron en ascenso en la población de niños entre 1 y 5 años. Estos índices se ven impactados negativamente cuando consideramos el efecto sobre las aguas producto de mega eventos generados por el cambio climático.
Aguas contaminadas y cambio climático
¿Dónde está la política pública nacional para tratar las aguas servidas en nuestro país y para evitar la contaminación de nuestros cuerpos de agua? Giremos la mirada por un momento hacia nuestro hermano pueblo de Haití, donde un terremoto seguido del cólera y posteriormente de un huracán han golpeado fuertemente a su población. Hay que recordar que el cólera es una enfermedad de transmisión hídrica. ¿Acaso esto no es materia de seguridad de estado?, ¿problema social?, ¿estrategia de país?, ¿estrategia global?, ¿calentamiento global?, ¿pobreza extrema?, ¿políticas públicas?, ¿problema económico-productivo?, y la lista sigue.
Regresemos a Venezuela y comparemos con lo que pasa en este momento. Luego de eventos climáticos de tipo hidrometeorológicos e inundaciones copiosas, las aguas servidas y las blancas se mezclaron y tienden a aumentar las enfermedades de transmisión y origen hídrica, la falta de saneamiento del agua fortalece otras enfermedades infecciosas por lo sencillo de no poder efectuar una buena higiene personal mientras que se está en situación de emergencia, o por aquello de que infecciones oportunistas pueden afectar a personas con problemas inmunológicos en estas circunstancias de bajo saneamiento. Al unirse aguas servidas con aguas blancas con la consecuente disminución de su nivel hasta normalizarse al comenzar a billar el sol, las zonas con fango van pasando de ser fangosas a polvorientas, y el polvo, con todos sus contaminantes y microorganismos, es aspirado por las personas. En estos eventos hay propensión de proliferación de enfermedades de origen y de transmisión hídrica. Las más comunes: hepatitis A y E, gastroenteritis, cólera, tifus, poliomelitis, shigella, meningitis, amibiasis, salmonelosis, infecciones respiratorias y cutáneas, todas ellas transmitidas a través de aguas contaminadas. Todos los factores de riesgos asociados a estos procesos de reacomodamiento ambiental hay que minimizarlos. En materia ambiental la prevención es lo inteligente, así como lo es en salud y en seguridad integral.
¿Cómo prevenir?
En estos casos, los programas y protocolos de prevención general están bien definidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización de las Naciones Unidas (ONU), son de dominio público, fácil adaptación y todos ellos tienen su objetivo particular, su tiempo de aplicación para cada etapa, ámbito geográfico, seguimiento y control hasta que se hayan recuperado los sistemas humano, físico, ambiental y económico; que es cuando realmente se considera que la crisis está resuelta. No obstante, brevemente se puede recordar una especie de ruta sana: el consumo único de agua potable o en su defecto agua con unas gotas de cloro, consumo de comida preservada, los vegetales deben ser lavados con agua potable, realizar higiene personal básica, campaña de vacunación apropiada en el ámbito geográfico apropiado, evitar sumergirse en aguas sucias, prevenir mordeduras de insectos o serpientes, evitar consumo de animales filtradores tipo ostras, guacucos y afines, fumigar focalizada y razonadamente sólo en caso necesario para evitar contaminación o intoxicaciones, y así una serie de acciones similares.
Colofón
Estas circunstancias nos hacen reflexionar que la riqueza de cualquier país trasciende su Producto Interno Bruto (PIB). El capital humano y el patrimonio ambiental encabezado por el agua, son marcadores biológicos de su desarrollo y por tanto orientan en políticas públicas en qué áreas aplicar planes y programas que conduzcan a un verdadero desarrollo, el desarrollo sostenible. En el mundo hay ejemplos suficientes que nos muestran que cualquier crecimiento que se base en la destrucción del capital humano o del patrimonio ambiental, así sea exitoso económicamente, constituye la compra programada de un boleto al fracaso y sólo se mantiene en una suerte de equilibrio inestable hasta tanto su ineficiencia la sostengan otros países.